Ingresé al mundo de la ingeniería petrolera cuando ser mujer en este campo era prácticamente una rareza. Llevaba casco, botas y un título universitario bajo el brazo, pero también cargaba con las miradas de duda, las preguntas no formuladas y el peso constante de tener que demostrar que sí podía. En aquel entonces, no hablábamos de liderazgo femenino. Ser mujer no era sinónimo de liderar, sino una lucha diaria por sobrevivir en un entorno profundamente masculino.
En ese contexto, lo urgente era resistir, adaptarse, encajar. Sin darme cuenta, muchas veces me fui alejando de mi esencia femenina, intentando encarnar un liderazgo que no se parecía en nada a lo que realmente era. Yo caí en esa trampa. Pensé que para ser tomada en serio debía endurecerme: hablar poco, mostrarme fría, evitar cualquier gesto que pudiera ser interpretado como “débil” o “emocional”. Imitaba el modelo masculino de liderazgo que me rodeaba, sin saber que, en el intento, no me hacía mejor líder… solo me hacía menos yo.
Con los años, entendí algo profundo: no vine a sobrevivir, vine a liderar. Y hacerlo como mujer, desde mi identidad, mis valores y mi forma particular de ver el mundo, ha sido uno de los mayores actos de valentía y coherencia en mi vida profesional.
El liderazgo femenino no es una réplica del modelo tradicional, ni tampoco una versión “suavizada” del mismo. Es una propuesta distinta, más consciente, empática, colaborativa e inclusiva. Es un liderazgo que no teme integrar lo emocional con lo técnico, que valora la escucha tanto como la acción, y que entiende que el poder no está en imponerse, sino en inspirar.
Cuando decidí liderar desde mi autenticidad —como mujer, como profesional, como ser humano— algo cambió. Ya no era necesario esconder mi sensibilidad o mis intuiciones, porque entendí que ellas también eran parte de mi fortaleza. Fue entonces cuando comencé a conectar verdaderamente con las personas, a generar relaciones de confianza, a formar equipos más humanos y efectivos. Y fue ahí donde comencé a ver un impacto real y duradero en mi entorno de trabajo.
Liderar desde lo femenino no significa excluir a nadie, sino incluir nuevas formas de mirar, decidir y actuar. Es ampliar las posibilidades del liderazgo para que más personas se sientan representadas y valoradas. Hoy estoy convencida de que liderar como mujer en espacios tradicionalmente masculinos no es solo un desafío: es una poderosa oportunidad de transformación cultural.
Porque el liderazgo femenino no solo abre caminos, también deja huella. No solo suma: multiplica.
Para cerrar el artículo, me gustaría dejarles con una pregunta formulada por la filósofa y escritora Ayn Rand, la cual me ha inspirado en los momentos más desafiantes de mi vida profesional. Espero que también les ayude a reconectar con su fuerza interior, su determinación y su propósito como mujeres líderes:
«La pregunta no es quién me lo va a permitir, sino quién va a detenerme.»
Que esta frase les recuerde que el verdadero poder no se pide prestado ni se negocia: se ejerce con convicción.
Milka Hinojosa
Primer petrolera de Bolivia